Y la vida rural siguió su curso.
El ganado pastaba,
los tienderos fiaban,
los carpinteros lijaban,
los panaderos amasaban,
los campesinos labraban,
los fiscales repicaban,
los niños jugaban.
El agua corría,
las milpas nacían,
las lluvias seguían,
pero el alma se contraía.
Parecía ser que no existe ningún virus,
ninguna amenaza, ninguna pandemia.